Todavía la tinta antes de secarse
encerró en su alma húmeda
la tersura blanda de un oculto deseo
que produjo en el hombre
esa sensación vana de pérdida
que a veces promulgan los poetas.
Con el paso de los años
a aquel óxido de páginas amarillas
almacenado en los estantes de la memoria
o de viejas maderas barnizadas
se le llamó deseos vanos. O también
insigne obra de un hombre
que no supo resolver su vida
esperando que otros le leyeran.