lunes, 11 de febrero de 2013

Godot

Se aliñó de ojos
se puso sobre monturas de hierba
álzose quizás sobre el granito
miró oteando
tal vez escudriñó con ojos de ciervo
olfateó el viento alimentado de pólenes
y supuso que el abrupto terreno
que se extendía frente a él precisaba de un jinete
o de un guerrero.
Rodeó con pies de acero y músculos de mineral
rocas elevadas casi hasta tocar otros planetas
y cabalgó en las sombras
que rebosaban los afilados perfiles de la piedra.
Un millón de años y aún espera
que le dijeron que esperara
a un tal Godot o a un tal primero.

Beckett, allá en Dublín, en un viejo café
lee una carta de su amigo Joyce.
Sin concederse treguas,
lento como la mano
del  que llegó primero,
acaricia el papel,
sus letras caen blandas al suelo
y el sobre arde.
¡Godot, Godot!