jueves, 26 de mayo de 2011

Siervo de la gleba























1
Deslucido ilíaco, este otro hueso personal
que en las tumbas asevera
un golpe original de gleba,
un rastro de polvo venial 
donde cupieran,
historias de guerreros libertadores.
Su sangre en las riveras, en los deltas,
como péndulos de agua y de frontera,
tierras abrasadas por huellas ciclópeas
y monstruosas figuras que arremeten,
imaginan y diluyen al hombre sometido
apacentado a tanta o suficiente tierra.
Las tumbas, las tumbas,
en su vuelo higiénico ponen
orden de olfato en la memoria.

2
Adriático esposo, isla misteriosa,
siervo de la gleba, sinónimo de hombre,
alas y fuego conjugados y tristes,
un recuento de idiomas que dan a la lengua
su virgen aguacero: un hombre solamente
ausentado de su casa,
refugiado y lerdo,
melancólico bobo,
sedado por leves infusiones,
por medicinales ojos
que quieren sorprenderme
y acariciar al hombre que es mi ausente:
en la sombra, en la sombra,
tras de ritos y tótemes,
tras el paso del hombre queda un rastro
al que nombran camino de arena.

3
Avanzo por él como un herido
Al que acarician su nombre en la batalla.
En doradas placas
o lápidas de mármol o losas de granito
podrás leer mi muerte:
aquí yace el paciente guerrero que mira al poniente
aumentado en paciencia,
engrandecido de dolor, valiente por fin,
dispuesto al arrojo, al disfrute heráldico
desde el balcón de la muerte
y el vacío de la fosa.

Un siervo de la gleba.