domingo, 18 de noviembre de 2018

Nada más terminar de hablar contigo

Lo primero que hice después de aquel largo viaje fue buscar el libro, aquel libro que yo creía perdido. En él siempre encontré ese tipo de soledad donde uno alberga la esperanza de que esta se cimente, sea algo alimenticio y sano para el cuerpo. La soledad necesaria, la justa para poder demostrar que la soledad es un egoísmo larvado. Nunca relacioné soledad con alma, pero sí con personas. Con otros. Con ella. Relacionaba mi soledad con su compañía. También estaba ella en esa extrañeza, recordaba aquél primer verso que dio paso a una caricia: “…yo te besé los pies cuando aún eras gacela…”.

La soledad y el recuerdo. Estar solo es haber perdido algo. Un olor, un paisaje. Y después el heno. El verano extremeño al que hecho de menos. Los pozos y las huertas. Las norias. Intuyo siempre lo que hay al otro lado del cuerpo y del paisaje: “Eso es el poema”, me dijo un día X mirándose las manos, los dedos, una uña rota; había estado con la azada abriendo surcos, cavando regueras para que el agua llegara hasta melones y tomates. Y de nuevo otro verso: “…y a comer llegan a las parvas, acuden los pichones, la codorniz…”. Los animales del campo, notar la presencia de vacas y caballos instalados en el paladar; y el sabor a vino y queso viejo apretado en la garganta, o ese sensato calor de los días, amansados con el agua de botijos de barro rojo y fresco. Aquél paisaje. La choza de paja donde nunca se hace fuego desde que murió quemado aquel hombre triste que se refugió en ella y para calentarse encendió un brasero. La choza. Junto a ella el gallinero de cacareos cada vez que un huevo cae en el nido; siempre hay una huella en el polvo de los cuatro dedos de la pata de la gallina más ponedora.

Y así, con estas ausencias, tengo domado al tiempo. Y su nostalgia. Y también tengo un cuerpo que se ríe y dice que es feliz sintiendo todo esto. Y tú que me provocas estas emociones, tú, mi amiga y mi amante. Tanto te hecho de menos que te beso los pies. Y los ojos. Los pies con los que caminas alejándote de mí, y los ojos con los que no me ves. Cada vez escribo peor me dijo X, y a veces es necesario para probarse uno, para domeñar el pulso del lápiz, la escritura, el juego de la muñeca, la presión de la punta del bolígrafo sobre el papel.Te extraño. Pero sé que llevas un corazón de agua y arena colgado del cuello.

Aquel corazón que arrebaté del mar.