La tocó al amanecer
con una mano temblorosa,
y sus dedos llenos de dudas
le hicieron alejarse de ella para siempre.
Tan sólo un murmullo de ropas
ciñéndose a la carne
le obligó a volver la cabeza
y ya en la calle
desde el cielo cayó una
lluvia de sal muy triste
que lo nevó todo
de un negro muy blanco.