miércoles, 19 de febrero de 2014

Tiempo y piedra

YO, hombre casado, harto de ser una piedra,
anémico y místico, modélico y pistacho,
de pálido a frugal,
depresivo y lleno de bárbara rutina,
en este occidente brutal y sanguinario,
he visto que te posabas, mirlo blanco,
utópico aleteo sin rumbo,
en mi desnudo hombro español,
que se prestó a extranjero,
excitado y ansioso de la cobaya dormida
que me ofrecían tus muslos.

Y como en un ocaso negro, hasta tu sexo baja,
la mirada turbia de mis cansados ojos.
Y tu mano también llegando, baja por mi muslo,
trágicamente se enreda en cruciales maniobras,
añade sal a la rutina blanda,
y logras que me sienta por dentro
como aquél hombre que un día perdí.

Pon cenizas en mi pecho, joven púber,
escribe con tu dedo sobre el polvo,
hazme un drama,
y dame tu sonrisa azul de seda íntima
ahora que visitas al bardo
curtido de tristezas,
cuarteado ya su cuero por cúmulos de arcillas
o viejas barricadas últimas,
trincheras que se inundaron de mi sangre.

Ahora que va la noche asentándose
en las cejas de mi frente,
pasa, mira, esta es mi casa;
aquí en el occidente muerto
hago los versos con la próstata
y tengo los sueños que mis ojos sueñan.
Pasa, ten, ¿qué quieres que te diga?
¿Qué cuento quieres que te cuente?
No, no te quites las ropas aún,
dame un beso en esta boca que ególatra
te pronuncia todavía,
ábrete los pechos como una virgen
y quita el miedo de mis labios.

Entra. Las puertas desquiciadas y vigorosas
de estas habitaciones amplias y vacías,
oscuras se cierran solas.

Hoy toma cinco