y más tarde de eso ya no había tiempo
para medir posibles distancias,
ni para marcar las lindes
del sudor necesario que los abrazara.
Y se hizo el silencio entre ambos.
Flácido, durmió mientras ella se vestía
y abandonaba la alcoba.
Era un hombre solo
sin medida ni tiempo,
recogido en la sangre
de los que sufrieron la sed
de este enorme desierto.