Pobre ciudad interminable
repleta de enseres,
de aglomerados cuerpos,
de atropelladas puertas
rostros arqueados,
y quicios vacíos.
Pobre ciudad desolada,
apenas te nombro te derramas
sobre jardines marchitos
y torres sordas.
La fiel penumbra,
instalada en los nombres,
habita en cada pared,
y hay un olor a carta muerta,
papel roto y ropa vieja,
traje de un tinte abandonado.
Pobre ciudad desierta,
cuando la boca me sabe a arena
tu nombre resbala de mis labios
como una pesada baba
de apócrifos misterios
ocultos en crucigramas blancos.
Ahora que la tarde deviene en noche
la brisa y yo suspiramos infelices.
Qué triste se puso la puerta vieja
viendo pasar a mujeres y hombres
hechos y circunstancias,
y al tiempo con su muerte constante.
Pobre ciudad inhabitable y sola
los pájaros y los barcos
huyen de ti aprovechando
la sombra blanca de la luna llena.
Tal vez no acabe nunca de hacer este poema. -J.M. Caballero Bonald-
jueves, 8 de diciembre de 2016
viernes, 2 de diciembre de 2016
Flor de lino
De las flores primeras del lino
extraigo templada aceite
y con él voy untando tus labios
y tu vientre
y lento como la luna
me introduzco en tu cuerpo
soy una lánguida palabra
que va deletreando tu nombre
y todo
todo para que tú
como el aceite
deslizándose lento
digas
junto a mi oído de bóvedas vaídas
que me quieres.
Juventud y miedo
Respeté la libertad de las golondrinas
y un día de paredes mezclé los nidos
en un intento hibrido de gorriones cercanos
que compartían alero próximo
bajo tejas templadas de barro rojo.
De su voluntad de vuelo nacieron
pájaros negros
que con piel de serpiente
fueron cayendo lentos en un pozo sin fondo.
Aquel atardecer fue perfecto y bajo las sombras
de higueras nobles quedaron las ruinas blancas
de un lejano trinar de aves incandescentes.
Yo era joven y alto y miraba siempre al cielo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)