miércoles, 11 de enero de 2012

Preguntas de un vendedor de poemas, que nunca quiso hacerse Bertolt Brecht, por temor a la soledad.

¿Llamar con el lomo de un libro a la puerta
convence al inquilino?
Abrirá remiso. Dudando.
¿Será un lector convulso y crítico
o será un lector de best seller?
¿Abrirá más, sin embargo,
entornando la puerta,
si le enseño una página?
¿Pasaré si le leo unos versos?
¿Me amará si los comprende?
¿O tendrá ya libros en la casa
y me dará con la puerta en las narices
al grito de ese ya lo tengo?
Posiblemente este ya lo ha leído,
así que voy a llamar,
le encantará poder comentarlo.
Golpeo. Tras un silencio insisto.
La vecina de enfrente, solidaria,
sale y me informa:
.-Señor, en ese piso hace años
que no vive nadie.

Odetta: Jim Crow




Jim Crow (aquí)

Ultimación de las citas

Es triste lo que sucede,
si para lo que sucede
no tienes alternativas.
Una vez sucedido,
el beso aprende
a no besar nunca.
O besa hasta el labio roto
como la roca del acantilado
presume de ser
la causa del beso
con la ola.


Odetta. Y el resto son besos
de rastros sospechosos de agua miel.



Besos nucleares

Solapar aguas con restos orgánicos,
lavar nieve con piedra pómez
y evocar el nombre del ataúd.
Con el reverso de la mirada
grabar un breve epitafio en el cerebro,
y ya que la metáfora en estado natural
suele confundirse con la mentira,
coligar el nivel de esporas
con polen de limones
sobre la negra superficie de la lápida.
Sólo así los perfumes
serán recuerdos imborrables,
fábulas de memorias inmortales.
Y si todo esto no le vale,
para evitar radiaciones,
dúchese con plomo líquido.

Y en las tumbas que no graben nombres.





Memorable

Todavía soy capaz de amarte un rato
a eso de las doce
o si amanece un poco, antes de venga
mi carne de anteayer a ser más breve,
añadiéndo otro blues a mi percance de amante.