Me corté con el
borde azucarado de tu boca
y la sangre mordida
entró en mi lengua
y mi lengua entró
en tu cuerpo
abriendo los bordes
azucarados
de tu carne
que se desdobló
crujiendo
sobre el tesón de
mi tormenta,
esa cálida densidad
que sólo tienen las heridas
dándonos idea del
placer.