viernes, 7 de agosto de 2015

Ruiseñor

Bajo a la calle bronce como si alarde fuese
mezclarse entre la savia de un día amargo.
Pienso que si viviera un viernes
no tendría esta nostalgia
tan propia de lo eterno.
Ya sabes: había un mandarín ciego
allá en la China de 1113
que ingería ojos de ruiseñor
todas las mañanas.
Ver y volar es algo propio
del canto triste de las aves.

Gladiolos grises

Cuando venga la noche de animales fatigados en lo oscuro,
en derredor nuestro nacerá una espiga mortal de latitudes,
una orilla genial de vinos y vapores,
el amargo regusto azul de los sarmientos.
Cuando venga la noche, que venga pronto,
podremos descorrer las cortinas, levantar las persianas,
que nos invada su luz y que el sol contamine
las arteras sombras que viajan a lo oculto,
hacia el ojo negro que no ve jamás el brillante fulgor.
La llama que arde en nuestros corazones
va dejando un rastro de fuego
que olfatean seres mestizos
con el paladar de un ave y los ojos de un ciervo.
Esta noche acariciamos el lodo
y nuestros besos tienen el sabor difícil
de gladiolos grises quemándose.

Distancia

Toda longitud deriva en distancia
porque así el hombre lo comprende
dándose como regla
el punto de partida
también el de llegada.
Ante esa fórmula geométrica a la que señala
con el nombre de esperanza,
se esfuerza en el cálculo,
dedica su tiempo al suplicio de lo culto,
crea enormes expectativas,
necesarias, dice, para darse a conocer,
que los otros sepan de su existencia.
Así, también yo,
denunciando mi sudor pereza,
voy hombre reduciéndome gota a gota,
condensándome, destilando de mí
este yo que me integra a la vida
y su rutina de siglos,
me soporta, va a mi encuentro
con la dolorosa obligación de hacer de mí
un buen poeta,
en ese instante que deduzco
que la literatura me necesita,
me incorpora a su claustro,
y pienso
si yo en estas horas de búsqueda,
después de tanta espera,
no habré llegado a la conclusión
de que toda llamada desde lujosos salones
mejor ignorarla,
no tener en cuenta cantos de sirena.
Así, descabalgado el caballero de la letra impresa,
desarmado de plumas y tintas,
reunióse con su mejor yo.
Acogiéndose desde su hebra de gusano
a su labor de hilador
se dio al olvido hartándose de memoria
hasta que se le hizo tarde,
olvidándose,
platicando con borrosos mensajes
en una lengua desconocida,
donde incrustados jeroglíficos eran un tú
insalvable.
Se dio a la oscuridad y sus siniestros andamiajes,
y haciéndosele tarde,
se hizo retirado.