jueves, 26 de julio de 2012

Tic-tac, tic-tac, dicen los diarios

Escribí poemas entecos
que ardían como teas
y siempre marrullero e impúdico
magreé las palabras
troceé mi frente con la punta de la lengua
o dibujé desastres en las terrazas del poema.

Siempre he creído que ejerciendo de poeta
sobre mí se extendía la más implacable persecución
porque sabía que a nosotros los bardos o los vates
se nos niega el pan
desde hace demasiados siglos
y ha tiempo que dejamos de beber:
¡la sequía, la sequía! gritaron los parias.

Y es que los míos (los míos o los nuestros o los suyos)
siempre poblamos con nuestra carne
las hermosas cunetas que resaltan nuestro pasado
en una hondonada perfectamente cómoda
de huesos hermanados.

Mientras el poeta sigue flaco
escribiendo versos paranoicos
con ritmo acompasado.
Tic-tac, tic-tac dicen los diarios.

Óleos

Áridas manos gestionan los grumos,
la ambarina nata de los óxidos,
los que perduran sólidos,
la amalgama de las azules soldaduras
que dan cuerpo a la ciudad,
a su armadura de acero y cristal,
a la compacta locura de hormigón armado
que es el hombre,
su obra de metal, su óleo.
Áridas manos componen poemas
gestionan el otro oxigeno
el que resguarece el agua
bajo su plata vegetal.
Áridas manos besan libros,
moldean hierros como letras,
maderas como páginas,
tinturas como empeños,
pinceladas exactas:
la expresión muda de los espejos.