Allá se ven iguales medusas
y acá anémonas iguales
mezcladas a la par se recombinan
y se hacen distintas,
forman nubes que a la vez son magmas
de una sombra espesa que obligada
por la luz, por la lluvia obligada,
por la voz oprimida, se hizo eco
repitiéndose en la niebla
y a solas en la niebla
la voz se hizo voz, la voz,
la incónsume,
la voz incombustible ardiendo,
la inacabada niebla
que arremete, entra y sale de tugurios
y de noches, de bares y de bocas de metros.
Y monocorde y errante
el hombre sediento
de algas y caimanes
se abraza a una sospecha,
besa a un jíbaro que vende iguanas,
se consuela disperso,
aplaude a una pareja de esqueletos
que bailan en la cálida noche
con brío de tristeza
a ritmo de cajones y tantanes.
Y después nada ni nadie
va a disponer por ellos qué manteles
qué vasos, qué sillas a su mesa
consumirán desnudos
mientras una pavesa
se posa en la ceniza de la mortecina noche
que ya es día.