Hay
siempre, en definitiva, una esquina del velo que exige expresamente no ser
levantada, y piensen lo que quieran los imbéciles, ésta es la condición misma
del encantamiento.
-André
Breton-
Hoy
alguien en un sueño dijo:
ten,
en esta garrafa
hay
agua limpia, por si toma moho
la
del corazón.
-Olvido
García Valdés-
Referentes
La cita
de André Bretón dice que una esquina del velo exige no ser levantada. Y que
cuando tengas moho en el corazón acudas al de Olvido García Valdés que en su
garrafa de sueño hay agua limpia. Seguí las instrucciones. Así que me situé
en el paisaje y me puse a recorrerlo sin rozar el velo. Respeté la magia,
sopena de ser un imbécil bajo las garras de Bretón. Antes de emprender el
camino, para que no me echara del sueño Olvido, tomé agua limpia por si
durante el trayecto tomaba moho la del corazón.
En 1815
Heinrich Stölzel incorpora el mecanismo de pistones a la trompeta. El jazz tiene
una deuda con él. Algunos poetas intentamos incorporar una pieza de jazz al
poema. La poesía necesita un soporte de acero: el martillo, el yunque.
Fuelle, brasas. Rojo vivo. Un martinete. El metal. Ascuas. La trompeta. Esto
no es coreografía estalinista. La poesía que se hizo bajo el realismo
socialista es lo peor y lo mejor que hemos hecho como clase: lo mejor porque
lo intentamos. Lo peor porque lo hicimos bajo la atenta mirada del
estalinismo. Vladimiro (Maiakovsky) no lo consiguió.
Después de aquel
paréntesis, hoy más que nunca, buceamos en las piscinas literarias de la burguesía. Nuestros
dirigentes obreros proceden de la burguesía, nuestros poetas también. ¿Qué
hemos hecho como clase hasta hoy? Trabajar como hormiguitas idiotas. Nosotros
trabajamos para ellos y ellos entran en un dulce trance de contradicciones,
producido por el ácido fórmico que obtienen de nosotras. La burguesía sufre
contradicciones que sí merecen ser contadas. Sus contradicciones son de
calidad, las nuestras en cambio viven a expensas de las suyas. En nuestro
devenir cotidiano, nosotros les proporcionamos los ingredientes y ellos saben
cómo digerirlos, darle un orden al desorden espontáneo de todo aquello que
les llega del resultado final de su “convivencia” con nosotros. Ellos sí
saben contarnos lo que les pasa, y nosotros, perfectos imitadores por tiempo
y tradición, perseguimos enternecedoramente sus intensas pasiones. Sus
cuidadas emociones se enseñan en la Universidad, de donde salen especialistas.
Y cuando lo culto se “democratiza”, o se pone al servicio de los menos, crean escuelas
menores a las que llaman talleres literarios, para que de una vez por todas los reacios entendamos practicando, que a estas alturas de la historia ellos han hecho
literatura de su vida; y que ese pedigrí, rango, casta o distinción, ya ha
alcanzado una altísima cotización en el mercado y mucho prestigio en la
sociedad. La suya, pero sobre todo en la nuestra, porque no hay nada más
notorio que conseguir el Nóbel con el mono manchado de grasa, o yeso, y que los los tuyos te saluden en la cola del "DIA". Autoestima. Pero tus padres lo que quieren
es que logres una buena colocación. En caso de que vayas por libre y “sepas
sin saber” te titulan autodidacta, y desde el reconocimiento oficial de tu
ignorancia, ya puedes presumir de que eres un ignaro con medalla. Yo, debe
ser porque mi inconsciente, históricamente plebeyo, puede más que una
hipotética línea dinástica que no me ampara, soy un malísimo alumno, y aunque
llevo años imitando el estilo inmaculado del burgués, aprendo poco. Como
mucho, para crear clima (atmósfera propicia) imito al burgués escribiendo
estas líneas mientras suena un blues del Mississippi cantado por Howlin’ Wolf: The Red Rooster. Sin
duda esta es otra lección. O quizá porque soy blanco, hijo de occidente. En
ambos casos porque tengo la tripa llena. Importante para poder escribir y
escuchar un blues.
El
sentir general es que el poema no sirve para nada terrenal. Dicen que es
fantasía, un simulacro. Aquello que se le decía a la novia, a la madre. Dicen
que la poesía pertenece a ese estado “superior” (¿contemplativo? ¿místico?)
donde, con vocación de equilibrista, uno puede mirar el interior de su carne
para ver los conductos a través de los que se alimenta el alma. En su
descubrimiento uno emplea todas las energías. Allí tan solo hay arterias,
venas, epitelios, y puede que en el torrente sanguíneo haya versos, muchos
versos, mas es el óxido nítrico el desencadenante de la erección, y el
colesterol del infarto. Los poetas somos unos tontos sentados. Unos tontos
con conciencia estrambótica. La conciencia, ese estado de percepción, que
mira más al futuro que al presente y se enfrenta a la realidad fea, triste y
sucia. Así que los poetas sabemos cosas que no sirven para nada. Somos unos
tontos sentados, y otras unos jodidos provocadores con sangre en la punta de
la lengua. Los poetas somos referente moral, para una sociedad que se come
los mocos. Como a Pablo de Rokha me duelen los
cojones de las medulas categóricas de ser un autodidacta borracho (empapado)
del arte de otros. Lenin, emocionado ante el arte “enemigo”, sentía ganas de
arrullar a los artistas burgueses, y después se quería cortar la mano con la
que los había acariciado.
El poeta
escribe versos, que una semana después, no sirven para nada, y un mes antes
nadie los necesitaba. Nunca como hasta hoy se había hecho un producto del poema. En esa “lógica”, el producto debe durar tan sólo
días, horas, minutos. El uso dado a los tomos de poesía en los últimos 50 años fue adornar librerías de madera aglomerada. Algunos pudimos leer poemas al
desenvolver el bocadillo de sardinas. Hoy, millones de poemas arden a diario
en las factorías de post-producción, y en los balances anuales de beneficios.
Pero el
poema te va curando durante todo el viaje, y a la larga, o sea, cuando ya te
has muerto, sus toxinas disuelven la carne, pero salvan la memoria, que es
una ola inmensa de oxígeno de color azul flotando cerca de las estrellas,
dispuesta para ser recogida por los ojos curiosos de nuevos navegantes.
Algunos egoístas lo usan para respirar. El poeta sabe que de sus sueños
vivirán los hombres futuros. Así que se trata de romper, hacer trizas la
palabra. Se escribe para dejar de escribir. El poema debe parar una guerra
antes de que estalle. Cambiar el resultado de unas elecciones que no se han
celebrado. Y si le lees un poema a un patrón, al segundo siguiente debería darte
empleo. Al solicitar la hipoteca, una biografía de poeta debe acelerar su
concesión. O la nómina se hace poema o continuaremos perdiendo poder
adquisitivo. Mientras, seguiremos aquí en la ciudad, todo el tiempo entre
ladrillos. Pateando el barrio. Los barrios bajos. Los barrios altos. Los
bajos, hechos de palabros. Los altos, de frases hermosas. Las calles sin
salidas, de exabruptos y tacos. Las avenidas, de versos luminosos. Las
plazas, de retrueques. Y el mercado de la literatura, de Ferias del Libro e
ingresos multimillonarios. Los editores también, ya, por fin, pueden
financiar las guerras. La vida, dándose forma cada día a sí misma, contempla
el extraño, triste y solitario producto en que nos hemos convertido. Esa
costra de miel y barro que es la vida, permanentemente maravillada ante
nuestras abluciones. Hagamos de la derrota nuestro único triunfo.
La
poesía es un eterno dolor de muelas, muelas de las que el alma carece, así
que te duele el alma: esa especie de seda para llevar puesta una sombra de
agua que nos calme la sed. Y como todo es búsqueda, ambición y deseo, en ese
deambular, el alma se transmuta en metafísica que deviene en conciencia
social, enrolándose esta en las asambleas de afiliados del sindicato, donde produce
en los corazones de los allí asistentes, arrebujados nidos melancólicos
hechos con papel y sangre de analíticos debates, debates que intentan demostrar
que los tres puntos del convenio están por encima de los versos inmortales de
Don Antonio Machado: “Un golpe de ataúd en tierra/ es algo perfectamente
serio”. Vano intento. Y si ellos aprueban los textos por amplia mayoría
(tenaces bolcheviques) uno aprueba por amplía minoría (absurdo menchevique) que
la poesía se hace con los restos del íntimo naufragio, se hace en soledad o
con uno, de la memoria de unos besos, y también “con amor o con odio”, que
diría Pavese, pero siempre con la violencia de un salvaje. Que nuestra carne
arde quemada por el oxígeno, y en su larga combustión, las llamas precisan
ser avivadas para que de ellas nazca el cero, el círculo que elevándose
alcance la esfera celeste, en el eterno viaje. Viva la clase obrera. Viva
porque ya no cambiará el mundo, el mundo nos va a cambiar a nosotros por la
barbarie. Salud, porque con dolor de espaldas no nos moverán.
De niño
creía que la profesión más dura de todas era la de actor de cine, ya que más
tarde o más temprano, al pobre actor le tocaría morir en alguna película, por
“mandato” del guión. Más tarde supe que en las “pelis” no moría nunca nadie.
Me dije: “Entonces tendré que hacer poesía. Alguien debe asesinar a estos
fingidores”. Heme aquí, toda una vida intentando matar al actor de cine, que
muere para estar vivo en la película siguiente. Yo también interpreto mi
papel, con mayor o peor fortuna. Y los poetas somos seres inmortales.
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Tal vez no acabe nunca de hacer este poema. -J.M. Caballero Bonald-
domingo, 25 de noviembre de 2012
Ahora que los ciudadanos por fin somos poetas
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