domingo, 25 de noviembre de 2012

Ahora que los ciudadanos por fin somos poetas

Hay siempre, en definitiva, una esquina del velo que exige expresamente no ser levantada, y piensen lo que quieran los imbéciles, ésta es la condición misma del encantamiento.
-André Breton-

Hoy alguien en un sueño dijo:
ten, en esta garrafa
hay agua limpia, por si toma moho
la del corazón.
-Olvido García Valdés-

Referentes

La cita de André Bretón dice que una esquina del velo exige no ser levantada. Y que cuando tengas moho en el corazón acudas al de Olvido García Valdés que en su garrafa de sueño hay agua limpia. Seguí las instrucciones. Así que me situé en el paisaje y me puse a recorrerlo sin rozar el velo. Respeté la magia, sopena de ser un imbécil bajo las garras de Bretón. Antes de emprender el camino, para que no me echara del sueño Olvido, tomé agua limpia por si durante el trayecto tomaba moho la del corazón.

En 1815 Heinrich Stölzel incorpora el mecanismo de pistones a la trompeta. El jazz tiene una deuda con él. Algunos poetas intentamos incorporar una pieza de jazz al poema. La poesía necesita un soporte de acero: el martillo, el yunque. Fuelle, brasas. Rojo vivo. Un martinete. El metal. Ascuas. La trompeta. Esto no es coreografía estalinista. La poesía que se hizo bajo el realismo socialista es lo peor y lo mejor que hemos hecho como clase: lo mejor porque lo intentamos. Lo peor porque lo hicimos bajo la atenta mirada del estalinismo. Vladimiro (Maiakovsky) no lo consiguió.
Después de aquel paréntesis, hoy más que nunca, buceamos en las piscinas literarias de la burguesía. Nuestros dirigentes obreros proceden de la burguesía, nuestros poetas también. ¿Qué hemos hecho como clase hasta hoy? Trabajar como hormiguitas idiotas. Nosotros trabajamos para ellos y ellos entran en un dulce trance de contradicciones, producido por el ácido fórmico que obtienen de nosotras. La burguesía sufre contradicciones que sí merecen ser contadas. Sus contradicciones son de calidad, las nuestras en cambio viven a expensas de las suyas. En nuestro devenir cotidiano, nosotros les proporcionamos los ingredientes y ellos saben cómo digerirlos, darle un orden al desorden espontáneo de todo aquello que les llega del resultado final de su “convivencia” con nosotros. Ellos sí saben contarnos lo que les pasa, y nosotros, perfectos imitadores por tiempo y tradición, perseguimos enternecedoramente sus intensas pasiones. Sus cuidadas emociones se enseñan en la Universidad, de donde salen especialistas. Y cuando lo culto se “democratiza”, o se pone al servicio de los menos, crean escuelas menores a las que llaman talleres literarios, para que de una vez por todas los reacios entendamos practicando, que a estas alturas de la historia ellos han hecho literatura de su vida; y que ese pedigrí, rango, casta o distinción, ya ha alcanzado una altísima cotización en el mercado y mucho prestigio en la sociedad. La suya, pero sobre todo en la nuestra, porque no hay nada más notorio que conseguir el Nóbel con el mono manchado de grasa, o yeso, y que los los tuyos te saluden en la cola del "DIA". Autoestima. Pero tus padres lo que quieren es que logres una buena colocación. En caso de que vayas por libre y “sepas sin saber” te titulan autodidacta, y desde el reconocimiento oficial de tu ignorancia, ya puedes presumir de que eres un ignaro con medalla. Yo, debe ser porque mi inconsciente, históricamente plebeyo, puede más que una hipotética línea dinástica que no me ampara, soy un malísimo alumno, y aunque llevo años imitando el estilo inmaculado del burgués, aprendo poco. Como mucho, para crear clima (atmósfera propicia) imito al burgués escribiendo estas líneas mientras suena un blues del Mississippi cantado por Howlin’ Wolf: The Red Rooster. Sin duda esta es otra lección. O quizá porque soy blanco, hijo de occidente. En ambos casos porque tengo la tripa llena. Importante para poder escribir y escuchar un blues.

El sentir general es que el poema no sirve para nada terrenal. Dicen que es fantasía, un simulacro. Aquello que se le decía a la novia, a la madre. Dicen que la poesía pertenece a ese estado “superior” (¿contemplativo? ¿místico?) donde, con vocación de equilibrista, uno puede mirar el interior de su carne para ver los conductos a través de los que se alimenta el alma. En su descubrimiento uno emplea todas las energías. Allí tan solo hay arterias, venas, epitelios, y puede que en el torrente sanguíneo haya versos, muchos versos, mas es el óxido nítrico el desencadenante de la erección, y el colesterol del infarto. Los poetas somos unos tontos sentados. Unos tontos con conciencia estrambótica. La conciencia, ese estado de percepción, que mira más al futuro que al presente y se enfrenta a la realidad fea, triste y sucia. Así que los poetas sabemos cosas que no sirven para nada. Somos unos tontos sentados, y otras unos jodidos provocadores con sangre en la punta de la lengua. Los poetas somos referente moral, para una sociedad que se come los mocos. Como a Pablo de Rokha me duelen los cojones de las medulas categóricas de ser un autodidacta borracho (empapado) del arte de otros. Lenin, emocionado ante el arte “enemigo”, sentía ganas de arrullar a los artistas burgueses, y después se quería cortar la mano con la que los había acariciado.

El poeta escribe versos, que una semana después, no sirven para nada, y un mes antes nadie los necesitaba. Nunca como hasta hoy se había hecho un producto del poema. En esa “lógica”, el producto debe durar tan sólo días, horas, minutos. El uso dado a los tomos de poesía en los últimos 50 años fue adornar librerías de madera aglomerada. Algunos pudimos leer poemas al desenvolver el bocadillo de sardinas. Hoy, millones de poemas arden a diario en las factorías de post-producción, y en los balances anuales de beneficios.

Pero el poema te va curando durante todo el viaje, y a la larga, o sea, cuando ya te has muerto, sus toxinas disuelven la carne, pero salvan la memoria, que es una ola inmensa de oxígeno de color azul flotando cerca de las estrellas, dispuesta para ser recogida por los ojos curiosos de nuevos navegantes. Algunos egoístas lo usan para respirar. El poeta sabe que de sus sueños vivirán los hombres futuros. Así que se trata de romper, hacer trizas la palabra. Se escribe para dejar de escribir. El poema debe parar una guerra antes de que estalle. Cambiar el resultado de unas elecciones que no se han celebrado. Y si le lees un poema a un patrón, al segundo siguiente debería darte empleo. Al solicitar la hipoteca, una biografía de poeta debe acelerar su concesión. O la nómina se hace poema o continuaremos perdiendo poder adquisitivo. Mientras, seguiremos aquí en la ciudad, todo el tiempo entre ladrillos. Pateando el barrio. Los barrios bajos. Los barrios altos. Los bajos, hechos de palabros. Los altos, de frases hermosas. Las calles sin salidas, de exabruptos y tacos. Las avenidas, de versos luminosos. Las plazas, de retrueques. Y el mercado de la literatura, de Ferias del Libro e ingresos multimillonarios. Los editores también, ya, por fin, pueden financiar las guerras. La vida, dándose forma cada día a sí misma, contempla el extraño, triste y solitario producto en que nos hemos convertido. Esa costra de miel y barro que es la vida, permanentemente maravillada ante nuestras abluciones. Hagamos de la derrota nuestro único triunfo.

La poesía es un eterno dolor de muelas, muelas de las que el alma carece, así que te duele el alma: esa especie de seda para llevar puesta una sombra de agua que nos calme la sed. Y como todo es búsqueda, ambición y deseo, en ese deambular, el alma se transmuta en metafísica que deviene en conciencia social, enrolándose esta en las asambleas de afiliados del sindicato, donde produce en los corazones de los allí asistentes, arrebujados nidos melancólicos hechos con papel y sangre de analíticos debates, debates que intentan demostrar que los tres puntos del convenio están por encima de los versos inmortales de Don Antonio Machado: “Un golpe de ataúd en tierra/ es algo perfectamente serio”. Vano intento. Y si ellos aprueban los textos por amplia mayoría (tenaces bolcheviques) uno aprueba por amplía minoría (absurdo menchevique) que la poesía se hace con los restos del íntimo naufragio, se hace en soledad o con uno, de la memoria de unos besos, y también “con amor o con odio”, que diría Pavese, pero siempre con la violencia de un salvaje. Que nuestra carne arde quemada por el oxígeno, y en su larga combustión, las llamas precisan ser avivadas para que de ellas nazca el cero, el círculo que elevándose alcance la esfera celeste, en el eterno viaje. Viva la clase obrera. Viva porque ya no cambiará el mundo, el mundo nos va a cambiar a nosotros por la barbarie. Salud, porque con dolor de espaldas no nos moverán.

De niño creía que la profesión más dura de todas era la de actor de cine, ya que más tarde o más temprano, al pobre actor le tocaría morir en alguna película, por “mandato” del guión. Más tarde supe que en las “pelis” no moría nunca nadie. Me dije: “Entonces tendré que hacer poesía. Alguien debe asesinar a estos fingidores”. Heme aquí, toda una vida intentando matar al actor de cine, que muere para estar vivo en la película siguiente. Yo también interpreto mi papel, con mayor o peor fortuna. Y los poetas somos seres inmortales.