El ácido azul de las antenas o los arcos triviales primorosos de los patios traseros. El sueño como un arco de plata tensado por dioses perdidos bajo selvas sumidas en los hielos eternos, o cuando el hombre sabe que a sus espaldas se fragua una rendición sin piedad ni condiciones. Otro horror blanco y burgués acogiéndose a la belleza fría de pérgolas y azuladas glicinias. La persistencia de la obsesión equiparable a ese inolvidable beso frío, a la caída de la tarde bajo el perfume que exhalan los últimos cedros tristes. Y nosotros presenciando la escena con los párpados ciegos e inútiles, tras bambalinas bellas que nos protegían del miedo.