viernes, 30 de marzo de 2012

Alborada

Como una rosa pálida tu enagua de hilo lívido tu beso.
Sobre tu mano malva mi sangre de óleo blanco tus labios.
El mar azucarado de tu saliva la piedad el sagrado miedo.
El viento de tus mejillas acariciadas arrebol tu pecho.
La cálida lengua que delata el calor de mi alma el pozo.
Los cuerpos. Estos cuerpos de salinidad idílica
que sudan como espejos si se usan al amanecer.


El hombre ánimo

Yo era un hombre pálido y feliz
que vivía en el ruedo e inventé un idioma
y cabalgué de nuevo en cuadrúpedos
que consentían mi semblante de jinete.

Qué haces me dijeron qué dices qué sobras
o qué trajes pones en tu nombre
qué ácido que líquido agregas a tus letras
o a tu carne
al trote de esos hermosos cascos sólidos
en patas de potranco recio equino
que levanta su cabeza su energía
mientras frotas su abdomen con caricias del tobillo.

Yo era un hombre ánimo
que cavó sediento en la arena
tras un agua plácida que mojara
la soledad de mi rostro mis ojos cansados
el río de mis venas.
Que segué hierbas plantas y malezas
abriéndome paso por sombrías cañadas
algún valle
yo era casi un jinete pálido
con pie de gaviota asentando huella de granito
luego fósil
otra piedra un poco de ceniza
quién sabe
yo era un hombre laxo
pendiente de un hilo casi siempre
con un poco de sangre en la punta de la lengua
para desoír la sal de los párpados
o el ojo universal que espiaba mis pasos.

Yo era un hombre péndulo
al final un hombre cándido
que vivió sobre dinamitas
estruendos o explosionando humedades
lágrimas y lluvias por igual
en rápidas torrenteras
arrastrado fui por rabiones
y en la mar dejé mi perfil
ese gen peculiar de ballenato
o delfín escualo tiburón mamotreto
de fauces descomunales
lánguido pececillo indefenso
a la deriva de los siglos.