viernes, 7 de diciembre de 2018

Mentiras

Le hice creer a todos que leía poemas. Más difícil fue hacerles creer que los entendía. Fue imposible que supieran que al amparo de su frío escribí miles de versos.

Contumaz escenario

No hay nada preconcebido en mí
me levanto con la mano derecha
en los testículos
y organizo el día con la mano izquierda
de tomar decisiones esperpénticas
ando y subo bajo y cojeo
de un pie diario y noctambulo
y así mido mis pasos y mis deseos
ajustando mi versátil devenir de escéptico
a la gramática de unas bisagras óxidas
que cada día abren una ventana
de pesadas hojas negras claveteadas en bronce
por la que amargamente vomito versos insanos
flores verdes amalgamadas con la feroz testosterona
de lo que queda de un hombre
que antes fue campana en los áticos
pedestales y almenas de la historia
en esta entramada patraña
más o menos trágica
de un poeta recostado
al alba de los desprestigios.



Él

Él tiene a veces un poderío en la voz y en la palabra que le lleva siempre a tener esa razón universal que trasciende cualquier observación, y su poderío es tal que va más allá de lo que está lejos y más cerca de lo cotidiano. Yo, cuando lo llamo para estar un rato con él, para hablarle de nosotros o de un pájaro, siempre me sonríe y me señala las cosas inútiles que pasan por el suelo: una hoja muerta, un papel llevado por el viento. Yo le entiendo. Pero él no deja de sonreír de manera insistente. Y no dejo de mirarle confundido.



El lector

Cuando salir a la luz
era un peligro para el poema
o cuando el poema mismo
amaba la oscuridad
y en ella tenía el valor suficiente
para anidar pudor
prudencia
miedo
eterno siempre
en la mirada
del pertinaz lector
que insistía en devolverle
a la luz.

Como los ojos malvas y solos de los caminantes

Yo que era un ser invencible sin miedo al apostrofe
optimista como una bandera bajo el barro
me oculté en camisas de anchas mangas
y cuello profundo donde se ahogaban los forasteros:
extraños seres laxos dispuestos a un diluvio
de afectos insolubles.

Yo que era un subalterno
una señal de humo
a nadie di pie ni señas: apagué el fuego
oriné en las zarzas.
Mi rastro quedó oculto
a los ojos blancos
de los videntes ciegos.

Yo optimista como un gusano
capaz de ser pupa bajo los aguaceros
repté a mariposa
resucité
fui de nuevo alevilla
volé
junto a los bordes desordenados de los lagos.

Sobre una página de barro
inicié un vuelo sin rumbo
torpe fui nómada
como los ojos malvas
y solos
de los caminantes.



Noticia

Qué alegría, acabo de recibir una buena noticia. Tan buena que no he podido resistir la tentación de publicar por décima vez este poema. Por si tiene algo que ver mi poema con la buena noticia. Siempre hay un eco fráctal repitiendo la misma letra. Letras aferrándose a las raíces en el oscuro bosque, en la plástica caída de las hojas. Y con la punta de los dedos, el pulgar y el indice, se sostiene el poema, agarrándolo delicadamente por esa puntita bordada que tienen todas la telas delicadas. El poema:

Económico exceso

Se prudente en el exceso
y de mi semen toma lo preciso,
una gota justa
que se pliegue a tu curva.
No consumas de mí lo innecesario.
Egoísta en el agotamiento,
no pongas derroche en mi escasez;
fíjate en las flores,
el vuelo de las aves,
el curso del agua,
cómo se acomodan
a su necesidad de tiempo.
Toma lo preciso que nos mantenga
en la abundancia disipada
de los que se aman pródigos.

La poesía

La poesía no tiene tiempo, ni amo. No tiene orden ni desorden. No se debe a nada ni a nadie. La poesía es un puñado de arena en los engranajes de la vida. De las fábricas. De los oídos sordos. La poesía es un pedazo de carbón ardiendo, pero cuando se apaga es diamante. Es ruido. Es un sonido lejano. La poesía es un cuerpo descuartizado. Y también un cuerpo desnudo. La poesía está aquí para demostrarnos que no está. Que está viva porque se hace la muerta. La poesía es un permanente sonido que viene de un tam-tam de negros y desde la soledad eterna de los blancos. La poesía está aquí para pasarnos a cuchillo. Y su filo es tan cortante como el ala vertiginosa de los vencejos. Una palabra, una sola palabra es suficiente para derribar una costumbre. Un adocenamiento. La poesía no entiende de hombres ni de mujeres. Es débil. Es tan débil que permanece eterna construyendo la vida que no debemos vivir. La poesía está aquí para que tú la ahogues entre tus brazos y la lleves en ese bolsillo del traje que nunca jamás vas a ponerte. Rómpela, cósela, átala, dile que nunca podrás con ella, que nunca la dejarás sola, que nunca serás poeta. O sí. Y un día cuando nadie te vea escribe sobre su pecho: yo estuve a punto de abatir un bosque y era tan sólo un hombre perdido.



Deturpaciones

Huelo a J.P. Gaultier. Rojo.
Entrado en entreverados magros
y desconfiados idilios.
Sólo los tipos de mi edad
acariciamos óleos de Tanguy
y fornicamos
con las notas de Vini Reilly.

Y fui tan ágil que derribé un régimen.