domingo, 2 de junio de 2013

A los filólogos

1

Cuando en una curva del papel
la pluma pisa tinta y patina,
o derrapa locuaz y se derrama,
dime tú que sabes de letras
sólo porque multiplicas
los grados topográficos
del desnivel,
su cambio de rasante,
con la verdad que vive en su mentira,
¿a dónde van los cuerpos
las almas del derrape,
la fiebre helada del poeta,
la noche con su lástima,
las cartulinas rotas,
los libros quemados,
el insomnio estricto de la palabra,
el silencio,
ese vacío de ecos,
el verso que jamás se escribió?


2

Lo único que he tenido que estudiar, que aprender, es la ignorancia. Ella me rodea con naturalidad, es mi más fiel compañía. En mi caso, en este caso, la literatura se enfrenta a un ignorante. Y nunca le tuve miedo. Ella lo sabe. Y va dejando disimuladamente un reguero de letras. Yo cojo algunas. Pero existen pájaros. De tal forma, cuando no puedo completar una palabra, coloco un pájaro. Él sabrá la letra que se comió. Así la palabra que invento nace con posibilidades de volar en una lengua extraña. Claro, existe otra probabilidad malsana: que a eso se le llame literatura.