viernes, 14 de enero de 2011

Calles de Londres


"En el café que está toda la noche abierto
a eso de las once y cuarto
el mismo hombre de siempre está sentado solo,
contemplando al mundo
sobre el borde de su taza de té…
cada té le dura una hora
y luego se va deambulando solo hacia su casa".


Algo así decía la letra de esta canción de Ralph Mctell, Calles de Londres.
Esta canción me sirvió hace cuarenta años para ser quien soy. Me sirvieron más cosas. Me sirvió la soledad para contemplar las formas de la vida. Me sirvió la belleza de cada instante, tan exacto, perfeccionándome la vida.
Pero esta canción me hizo más hombre, más mujer, persona, poeta, niño.
En aquellos tiempos un libro, una canción, una película, marcaban tu vida para siempre. Y digo en aquellos tiempos, porque en estos, no creo que a nadie le marque ya nada. Yo mismo me he vuelto dogmático, gracias a la “ayuda” de los que viven sin marcas, sin heridas, sin pasado, sin cicatrices: sin belleza.
Sigo escuchando esta canción y su recuerdo produce en mí gratitud: agradecimiento al pasado Me ayuda a ver el paisaje, me ayuda a ver a un joven bañándose en las aguas del río Guadiana, casi sin contaminación, a su paso por Badajoz. Me ayuda a ver a un muchacho saliendo de las aguas, mojado de naturaleza, desnudo, una belleza casi irreal, en un verano preciso, dónde conocí la ciudad y me bañé en aquellas aguas.

Pero sobre todo recuerdo el ocio y la melancolía que me producían los altos eucaliptos que bordeaban las anchas orillas del río y los ratos que pasé tumbado a la sombra calurosa y perfumada de aquellos mentolados árboles.

La canción sonaba en un cassette portátil de primera generación que iba conmigo a todas partes. Junto a una guitara que no sabía tocar. Pero que sonaba de maravilla en aquellos atardeceres del Guadiana.
No sé de qué me enamoré. Pero desde entonces vivo agradeciendo a las calles de Londres que me enseñaran la vida.


1 comentario:

Carmen dijo...

tengo la sensación de que lo que se ha perdido hoy día es el aprecio al sosiego, a la contemplación, a la quietud

el tiempo dedicado al ocio es no parar quieto, hacer turismo con un planing agotador, jugar a 5893 maquinitas diferentes con juegos en los que se reparten hostias a 3000 golpes por minuto, los más sofisticados no se conforman con maquinitas y se van de campamentos donde hacen simulacros de guerras, para liberarse del estrés dicen, otros (estos japoneses...) se meten en una habitación con una vajilla y sueltan adrenalina haciéndola añicos contra el suelo y las paredes

sólo escribiendo todo esto el estrés lo empiezo a sentir yo, para contrarrestarlo voy a cerrar los ojos y me trasladaré al río de mi niñez, al que tanto tengo que agradecerle yo

Besos