sábado, 20 de abril de 2019

Desiertos

Cuando aún no se habían inventado las sombras, el hombre moraba en el desierto de la vida y también en el desierto de sinuosas dunas, de manera natural, sin protector solar y sin palmeras. Vagaba de la ceca a la meca (volveremos a nuestro lugar) y todo era silencio. A veces se paraba a descansar e incluso comía. Un día oyó un murmullo y un vecino de oasis lo llamó conversación. Pero este hombre hecho de sol y arena hablaba consigo mismo. Era el portador vital del dialogo. Aunque muchas veces se regocijara en exceso en el noble arte de la lengua y su murmullo tan sólo fuera monólogo. Pasado el tiempo lo encontraron abrazado a un pellejo de cabra que había usado como botijo. Había muerto de sed, con la lengua seca como un esparto y con sonrisa de hiena, animal que siempre le acompañaba en sus rutas a cierta distancia, tal vez por empatía. Cuando le despojaron de sus objetos personales para hacerle más liviano el viaje, y también para que descansara limpio y sin avaricias en el mundo de los que ya lo tienen todo, encontraron entre sus ropas un papel escrito con caligrafía de analfabeto que decía:

"Esas muchas personas que nunca te hacen preguntas. Y si no te preguntan ¿qué le cuentas? Juegan con una ventaja que no me parece equitativa en el marco incomparable de la relación, o intento de relación: que es posible que le cuentes algo que no les interesa. Y entonces me surge una pregunta: ¿qué puedo contarles que despierte su atención? He llegado a la conclusión de que nada. No quieren que les cuentes nada. No te hacen preguntas porque no se hacen preguntas. Da gusto compartir silencio con estas personas de tan elevada soberbia discreta. Todo es remanso. Y nunca te aburren. ¿Crees que a mí me apetece demostrar mi inocencia?".

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