sábado, 8 de octubre de 2016

Arena

Una vez, y no dos, retocé con una virgen. Nada de lo que allí aconteció merece mérito o detalles que puedan despertar interés. Si lo comento aquí tal vez sea para no renunciar a la perdida de una juventud que quisiera contener en las manos, un puñado de agua fresca para la piel más íntima. Recuperar la frescura de las ingles encendidas y el sueño de cabalgar sobre una yegua egipcia robada a un faraón. Siempre al final del deseo hay un desierto blanco como de sábanas inmaculadas. Tal vez sufro de una pérdida, y por eso aquel día regresa como una extraña quimera o como se rememora un sueño, donde el sudor y la sangre y las lágrimas dignifican la vida de los que nunca queremos dejar de vivir. Aún no deja de caer por entre mis dedos, como de un reloj, el tiempo y la arena de aquel beso.



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