martes, 11 de octubre de 2011

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A Juan Quintana desde la distancia.

  
Arriba y abajo siguiendo mis pasos
o pisando mis huellas
calcé definitivamente
el pie que me acompaña
e hice mi obra con altiva paciencia
rastreando cual apache
los cascos heráldicos de kafka
por ejemplo
u otros por ejemplos
como de rokha y más,
alguno más llegó hasta mi cuerpo
que respiró la libertad con agallas de anfibio.

Y soporté hermético y soberbio
el poema caído en medio de mi frente,
que doblegado, abatido, impávido
gravitó dulce y amargo,
fue reptando como una serpentina animal,
como una hiedra eterna y duradera
por todas mis tripas y mis hernias,
fue dejando zarpazos de una gravedad
próxima al herido de guerra y su dolor hospitalario.

El poema felino, con enérgico vigor, me ha sometido
durante años. Obligado a pergeñar las heridas a los versos
o la letra a la palabra, he ido atando con hilos de sangre
el amor o la vida, el odio o la muerte,
añadiendo cabo al cabo, zurciendo y repasando
o corrigiendo sus afilados bordes,
así hasta vencerle un poco,
el poco de los genios o de los elfos o de los magos,
la brizna
del que somete a esclavo el remiendo literal,
a plancha el patrón tipográfico,
a magistral borrador elegías y loas.

2 comentarios:

Sofía Serra dijo...

Me he emocionado al leerlo, como me emocionó ayer, hasta casi las lágrimas, Tomás, al borde del párpado se quedan...
Beso

Tomás Rivero dijo...

A mí también me hacen llorar algunos poemas. Mi llanto es interior. Y de vez en cuando me muero.

Besos.