lunes, 13 de febrero de 2012

Un hueso y una mejilla húmeda.

Yo entrego mi cuerpo a cualquiera.
No cualquiera desea un cuerpo como el mío.
No cualquiera desea un cuerpo. Cualquier cuerpo.
Yo siempre amé a cualquiera.
Una cual que quería a su pesar tener un alma
para asaltarla. Como el que asalta un tren.
Aquellas estaciones parándose
a lo largo de una niebla gris, de un humo negro.
Aquel trayecto de habitaciones oscuras,
de túneles fálicos penetrando en la médula.
Suerte que nunca tuve alma.
Nada que entregar, sino un hueso y una mejilla húmeda.

4 comentarios:

Laiseca Estévez dijo...

No quisiera descubrirte, pero tienes un alma gigante y tremendamente hermosa...

TOMÁS RIVERO dijo...

No, Lai. No me descubras. Uso caminos con bastantes recovecos. Cada recoveco una trampa. Todo para demostrar una y otra vez que nunca tuve alma.
Pero, ¿y si fuera falso y sí la tuviera y fuera hermosa? Igualmente horrible.

Un beso, Lai.

Marcela Lokdos dijo...

un hueso y una mejilla húmeda es suficiente para llevarme a la eternidad. Un gracias.

Tomás Rivero dijo...

De nada, Marcela. Qué fácil satisfacer tus ansias de eternidad.

Besos.