A Pilar.
Hacía unos veinte años que no escuchaba esta canción. Y de repente esta misma tarde, una conversación con una persona, me la ha recordado. ¡Coño, si nos desnudábamos!
Era acojonante. Desnudarse. Pasé una tarde follando con esta canción. Después de una mañana de domingo en la que habíamos enterrado a un muerto víctima del franquismo, o la democracia burguesa, tanto da. A un muerto que el día anterior había estado follando con esta canción. Un muerto amigo. Un muerto que resulta que era un hombre vivo. No te desnudes todavía. No te mueras aún.
La pérdida de la vida. El miedo hacía que nos abrazáramos, el miedo a morir al día siguiente. Desnudarse. Cuando no teníamos nada. Nada que quitarnos. Ni un hilo ni una espuma ni un jardín ni un beso pequeño. Nada. Ni un jilguero ni una seda ni una moneda ni una noche de amor. Ni una blusa ni un calcetín ni una almohada. Nada. Sus bragas eran transparentes. Nuestra alma lo era. Nuestro vientre, azul como una selva verde. El sexo, brutal. Exigente. Doloroso. Amábamos en silencio. Mudos. Nuestros orgasmos amordazados. No te desnudes todavía. No gritábamos de placer. Llorábamos. Allí estábamos frente a frente, tan tristes. Tan humildes. Hijos de una felicidad nueva. Tontos. Pobres. Sin nada. Tan sólo el deseo de no morir. De permanecer en el recuerdo. Que alguien nos recordara. Nosotros los desnudos. A veces como pájaros. A veces como un pañuelo blanco, recogiendo una lágrima sucia.
El poder de mirarnos. Eso es lo que nos dejaban. Mirarnos desde la ausencia. Desde un vacío particular. Mirarnos con la yema de los dedos; rozarnos, y tocarnos con los ojos. Y pasar desnudos por una tímida desnudez de años. La desnudez de nuestros abuelos. La desnudez de nuestros padres. Allí éramos responsables hasta la médula, de la desnudez de nuestros hijos, que empezaban a ser engendrados bajo las palabras y la música de Aute: No te desnudes todavía.
Aún somos desnudos. Frágiles desnudos. Con un cristal anudado al corazón.
Treinta años después aún sigo amando. Amándola. La quiero desde su desnudez universal. Desde el miedo a no permanecer.
4 comentarios:
Te dejo unas palabras de Shandy y otras de Lois Pereiro:
La muerte no existe para los muertos
Sólo vive en los ojos de los vivos
Como la belleza, la muerte sólo está en el ojo de quién la contempla.
Shandy
Por eso:
Contra a morte!, o amor que vai conmigo;
contra o tempo que remata!, o voso tempo;
contra o loito!, o desexo...
Lois Pereiro
De la bella canción de Aute me quedo con " que la verdad no es evidente, sino su mitad".
De tu texto recojo ese final: "La quiero desde su desnudez universal. Desde el miedo a no permanecer"
Un abrazo
Precioso todo. Un beso, y otro para ella.
La muerte siempre está en el ojo de quien la contempla. Es cierto.
Mas que la belleza solo esté en el ojo de quien la contempla, es una gran putada. El ojo revaloriza su individual importancia.
Belleza y muerte no juegan con las mismas cartas. Belleza y muerte comparándose, no se mueven en el mismo plano. No son iguales. Viven y deben vivir separas por una distancia prudencial. La de poder mirarlas a ambas y descubrir al traidor.
Hermosos versos de Lois Pereiro.
Besos.
Pues ella, anda lejos. Es más no volví a verla. Formaba parte de la derrota. Se casó, tiene hijos y compra en los grandes almacenes cuando llegan las rebajas.
Besos, Loli.
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