miércoles, 12 de febrero de 2014

Náyade milagrosa

Apareciera yo sobre abrojos clavado,
dichoso aún de mí,
de pronto sorprendido del torpe incidente,
del dolor febril que late en la trabajada carne.
Ángel avaro nunca me protejas.
Dudoso abril dichoso sé mi ataúd y mi sala.
Los muertos fueron sin labios verbos sedientos,
bebieron de los óleos el agua que no era.
Náyade milagrosa, son de clavicordio, endulza mis llagas.

Otras heridas habrá que se cierren,
mas la mía se abre aún, no sé,
supura lejanos paraísos olvidados,
un atril, cera de cirios encendidos, un golpe de jazz,
un jueves que viniera decente y sin corbata,
avispado, sereno, tan justo como el filo de un sable,
exacto como un segundo, como un minuto enorme.

Nosotros los vulgares hombres nocturnos
que hacemos fácil
un lunes de hermético traje descompuesto.
Náyade milagrosa son de clavicordio
¿sabes tú qué ruido es ese silencio que trae la noche
de aguas volcándose urgentes y precisas
entre mis brazos?







2 comentarios:

fus dijo...

Maravilloso poema, esas Nàyades que tanto misterio y fantasìa generan.

un abrazo

fus

Tomás Rivero dijo...

Las náyades eran unos bichos, unas veces con alas y otras no, dependiendo de las prisas y que merodeaban, o flotaban ora en el agua, hora en la noche, ora en la niebla, ora en el aire...y así se pasaban la vida, (larga vida por cierto) discutiendo por un vaso de agua, o poniendo una avería en las conducciones del vital elemento. Había varios tipos de náyades, dependiendo del grado de avería que tuvieran que reparar: pantano, rió, charca, manantial...o lo que es lo mismo, grados de responsabilidad. Fueron las primeras fontaneras de la poesía. Un millón de años después la poesía está llena de fontaneros, y las tales náyades son un cuento chino. Y es aquí donde hace su aparición el puño y la mirada proletaria, para poder entender tanto misterio. O no, el proletariado estamos muy pez. Y nunca mejor pez que una náyade nadadora, con una llave de tubo entre los dientes.

Abrazo, fus.