jueves, 3 de abril de 2014

Castillo

A veces me siento tan vivo
que desearía vivir en todas las casas
con toda la gente que las habita.
Me dura esta sensación unos instantes,
luego regreso a una personal ausencia
donde desearía vivir solo
rodeado de un gran castillo
con princesa y un dragón
que cada maña nos prepare el desayuno
a mi princesa y a mí.

A veces es sólo el viento en el bosque
o el aleteo de una mariposa.
Todos miramos la corriente del río.

2 comentarios:

Shandy dijo...

Un poema de cuento o un cuento poema, o un poema con mucho cuento. Me gustan los cuentos que tienen un final abierto, y que dejan fluir la vida, como este... "Todos miramos la corriente del río"...

Y ya que va de dragones y pricesas, le dejo un poema (también de Luis Alberto de Cuenca) de una princesa valiente y un curioso dragón :


Ataban a unos postes de madera
a las chicas más guapas del país
para aplacar la cólera del monstruo.
El pueblo andaba muy soliviantado,
y el rey, que era bastante más demócrata de lo corriente, dijo a la princesa:
«Te toca, niña mía. No te oculto
que es duro para mí, pero la patria te llama y no hay remedio. Así que ponte el traje blanco de los cumpleaños y ¡a la estaca!»

Eso dijo, y la verdad
es que el dragón andaba últimamente
de lo más desalmado: una princesa
tal vez podría sosegarlo un poco.
Dicho y hecho. La niña, en plan Angélica,
pero sin esperanza de Ruggiero,
subió al cadalso que su patriotismo
le imponía. La gente de la calle
dejó de protestar. Y desde entonces
el dragón no salió de su caverna.

Veinte años después, el rey moría
sin descendencia, y el dragón, ya viejo,
se presentó en la corte con su esposa,
dos hijas (rubias como el trigo rubio,
con la piel escamosa y negras alas)
y un grupo de vistosas treintañeras.

Alegaba derechos sucesorios
al trono del país y prometía
cosas como el sufragio universal,
la igualdad ante la ley, las reformas
fiscal y agraria, la enseñanza pública...
El pueblo le entregó inmediatamente
las riendas del Estado.
Y la princesa,
más hermosa que nunca, se miraba
en los ojos saltones de su esposo
y se sentía la mujer de Dios.



Tomás Rivero dijo...

Leí este poema hace 15 años, en una edición que tengo de Visor de 1999, "Los mundos y los días", y me pareció un poema con mucho cuento. Así sin más.
Mi poema se aleja del de Cuenca, el mío huye del cuento, Alberto se acerca a él. El mío roza el sueño. La fantasía, tal vez. Y creo que un estado de ánimo cargado de nostalgia. El mío encierra un profundo deseo. El de Cuenca una moraleja. En el mío hay hasta cierta amargura en ese final abierto.

Besos, Shandy.