sábado, 6 de septiembre de 2014

Aquella pradera prometida

Lascivos caballos huyen de la primera cuadra,

del segundo pesebre vienen
con el hambre de un hombre sin quijada.
Recorren con su pie de atleta,
con su pezuña de roca,
los surcos o las semillas
que en azul discordia confunden
con su troje nutriente,
con las olas exaltadas
de un disconforme mar.
De la sal de un trigo líquido
se alimentan.

A media luz salieron a mansalva
treinta y tantos caballos de la noche
llevando herraduras de fuego entre las crines
maduras manzanas en los belfos,
un carro de fuego los presume,
una barca de viento los malsana,
ellos buscan las rutas marinas
en la hierba azul que los proteja:
aquella pradera prometida.

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