domingo, 29 de noviembre de 2015

Zambra

Acaricié tu sexo. Lo hice desde una inocencia que presumía suavidad y mórbido deseo. Supuse que una leve y abultada hendidura, que se fue haciendo alargada y profunda, sería el camino que llevaría a mis dedos al abrigo hospitalario de tu alma. Tus ojos se aquietaron, y mis párpados cerrándose, apresaron tu mirada. Una vara de fuego comenzó a arder en mi espalda. Toda concreción de la carne se anuda en mí. Todas las heridas para las reparaciones del alma se hallan en los pasos perdidos de tus muslos. Entre ellos sé cómo invocarlos, cómo conjurarlos para que se aparten, para que dejen paso a esa agitación que necesito. Allí en un sólo punto, en un solo centro, el mundo se hace torpe, aprende, se enriquece, evoluciona. Allí viven, se reúnen, empiezan y terminan los caminos, todas las estrellas. Una galaxia cabe, nombra, acecha, gira, se expande. Gimen las aguas. Sedúceme alegre a pesar de mis excesos; pese a mis recelos, hazme atractivo, señuelo, engáñame. He de creerme grande allí donde otros se empequeñecen. Quiero que me hables de un mundo inventado por ese hondo sentimiento de querer silenciarte. Y que me hagas mudo.

2 comentarios:

María Socorro Luis dijo...


Prosa poética-puritita poesía...

Erotismo elegante, delicado "Allí viven, se reúnen, empiezan y terminan todos los caminos, todas las estrellas"...

Abrazo largo, poeta

Tomás Rivero dijo...

Gracias por tu comentario, amiga Soco.
Viejo poema que recupero e intento mejorar con el paso de los años. Siempre procurando mejorar la música de los versos.

Abrazo poeta (un día me gustaría poder dártelo).