Paisajes. Aeroplanos. Garitas exteriores.
Claraboyas. Soy un ojo que ve el campo.
Un campo cruzado de cicatrices.
Tu mano sobre su pasado.
Tú mano sobre los mapas
que no fueron dóciles. Agrestes te dijeron
que nada era noble.
A amanecido nublado sobre las fronteras.
Ahora me reduzco a paisaje. Soy el sol.
El sol arañando pórticos y buhardillas,
el portillo hecho en la pared del lindero,
la casa desolada o yerma
líquida en la sombra soterrada.
Penetra la luz por sus ventanas
y a través del aceite sobre la mesa sola
se hace crisol en la rotunda vasija de cristal,
en las aguas remansadas de la alberca,
y al final
en el dulce color malva, ocre, rosado
de la tarde, o la vieja soledad de la alcuza.
La belleza es sólo un instante,
después vienen los días, las noches,
el ruido de la ciudad,
la tos de un vecino, el llanto de alguien.
La belleza es un segundo,
después está el feo y definitivo sueldo
que uno recibe por el trabajo realizado,
el salario de muerte conseguido con sudor.
El fin expuesto a la sangre.
La plena soledad. La locura es una balsa.
Nada nos pertenece.
Cómo me acuerdo de vosotros
viejos muertos huidos
mis acuciantes símbolos
mi entraña
mi ausencia
mis responsables.
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Esta foto merece una breve explicación. Fue tomada el 19 de marzo
de 2011, a las diez de la mañana. Se trata de una de las mareas
más bajas de los últimos 150 años. Véase la marca del agua en
las rocas del fondo.
No pasó nada desde el punto de vista político. La rueda del sistema
capitalista, a simple vista, siguió girando. Lo que hoy está arriba
mañana estará abajo, dijo Beltolt Brecht. Se refería el poeta alemán
a la rueda de la historia. O al sistema capitalista. ¿También a las mareas?